ANA MARÍA MATAMBA: LOS CAMINOS
CRUZADOS DE LA ESCLAVITUD Y LA LIBERTAD
En 1810 cuando se desencadenaron los hechos de la Independencia y
sobrevino el fragor de los gritos y de las revueltas a lo largo del Nuevo Reino
de Granada, Ana María Matamba ya contaba con 90 años de edad y se
aprestaba, sin apuros, a dejar el mundo de los mortales.
Debido a donde se encontraba ubicada Ana María siempre estaba al tanto de
chismes, asonadas, revueltas, traiciones, amores furtivos y noticias nuevas. Por
ello, siempre estuvo enterada de los sucesos notables, ya fuera a través de los
bogas o de los pasajeros provenientes de Mompox, de Popayán o de Cartagena.
Probablemente por eso fue que cuando sobrevinieron las asonadas y las
proclamas pidiendo la Independencia frente a España, su memoria y su conciencia
le permitieron entender que no sólo pertenecía al gran sector de esclavos y “libres
de todos , sino que a pesar de que ella y su familia hacían parte de la fuerza
productiva colonial, esto no les brindaría algún cambio en sus vidas.
Ana María, igual que su madre, había nacido esclava, pero antes de fallecer, la
madre de ella le contó que su padre, un esclavizado bozal, había sido vendido por
su mismo amo a un tratante de la cuidad de Popayán, desde entonces no supo
noticias de él. Allí, la esclavitud le negó la posibilidad de contar con una familia,
esto le sucedía a muchas familias esclavas, que eran compensadas por el
infatigable esfuerzo y el enorme cariño de su madre. Entre sus labores
domésticas, podía interactuar con el cuidado del ganado en la hacienda,
permitiéndole gozar de tiempo libre sin sus amos, para corretear por los montes
con otros niños.
Ya un poco más grande, las correrías se convirtieron en encuentros con negros,
zambos, mestizos y mulatos en bailes y danzas. Estas diversiones le ayudaron a
sobrellevar la vida difícil de esclava que llevaba, con un poco de libertad. En esas
correrías y bailes, encontró el amor y la pasión y, con ellas a sus dos hijas que
nacieron en ese entonces.
Aunque Ana María no se acordaba con precisión cuándo le habían otorgado la
libertad a ella y a sus hijas Bárbara y Juana, sí recordaba cómo la súbita condición
de libertad y la repentina muerte de su madre la llevaron lejos de la hacienda y la
obligaron a radicarse en la Villa de Honda. Debido a un embrollo jurídico con su
antiguo amo, que le había incumplido la entrega de unos pequeños bienes
prometidos, los escribanos del puerto le cambiaron su apellido Matamba por el de
Layos, que había heredado de un antiguo propietario. En la Hacienda nunca había
habido motivo para que su apellido, de origen africano, fuera puesto en duda, pero
la decisión de los escribanos le robó buena parte de su existencia y la hizo sentir
muy confundida.
Sus nombres eran la muestra de vivir en una sociedad que la colocaba en una
especie de limbo: Ana y María eran nombres propios del santoral católico, al
tiempo que Matamba, su apellido, era el nombre de un legendario reino africano
de la zona de Angola, de donde vinieron muchas personas esclavizadas. De
Matamba sólo sabía que era un reino antiguo que estuvo gobernado por una
mujer, la reina Xinga: ella era una gran líder que había organizado una guerra de
guerrillas contra los tratantes de esclavos y encabezado una tradición rebelde que
en Angola se había manifestado mediante los quilombos.
Desde que era una niña, le habían contado leyendas de esclavos denominados
cimarrones, arrochelados o apalencados, que huyeron para formar sitios que
posteriormente se hicieron famosos y que se conocieron como palenques y
rochelas.
El paso de los primeros batallones y zambos en ropa militar quedaron fijados en
su memoria. Dichas milicias, de las que ya había recibido noticias, pretendían
contener la proliferación de cimarrones y la creación de palenques, ambos
resultados de la huida de cientos de esclavos procedentes de las ricas regiones
productoras de oro. Trataba de comprender los esfuerzos de mucha gente por
conseguir su Independencia. En los mentideros de la Villa oía historias y noticias
de cómo los partidarios del Rey y los independentistas le prometían a los esclavos
una libertad que nunca llegaba, por ello, se reunieron y formaron un botín político
que se convirtió en la lucha por la Independencia.
Un boga, enamorado de su hija Bárbara, le contó la manera como los artesanos
mulatos de aquella ciudad, liderados por un tal Pedro Romero, obligaron a los
blancos patriotas a romper definitivamente con España. Éste y otros rumores, le
sirvieron a Ana María para apreciar cuán útil también era la participación de
negros, mulatos y pardos que se expandió.
Finalmente, como ella lo presagiaba, murió, pero murió con el convencimiento de
que la Independencia no le traería la libertad a los esclavos. Muchos años
después, 40 o más, la República independiente cancelo la esclavitud
entregándoles a aquellos esa libertad, que no sólo alimentó los sueños de Ana
María Matamba, sino que venía ya forjándose en la memoria a lo largo de viejos
caminos.
Excelente.
ResponderEliminarEntregaste el cartel con el cuento?
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